miércoles, 8 de septiembre de 2010

La mudanza

Al salir del túnel del Negrón vacilé un buen rato, a esas alturas se me ocurría dar la vuelta… busqué desesperado un cambio de sentido, un cruce, una desviación… ¡mierda!, ¡dejaba toda una vida atrás!, necesitaba comprobar que no me había olvidado nada. Luego razoné un poquito... llevo el coche hasta la bandera, aquí no cabe nada más de todas formas, ya volveré a recoger lo que me haya podido olvidar... y continué la marcha, porque es así como se toman las decisiones que determinan tu futuro, un poco al tún tún.
Seguí palante cruzando la meseta árida castellana, tierra con mucha historia y poco futuro, porque ahora si no estás en la ciudad no pintas nada, sólo vives de la limosna de los turistas y de los subsidios que te quiera dar el estado, ¿quién es el estado?, eso depende de donde hayas nacido, los estados sólo se diferencian unos de otros por su bandera, en lo demás son calcaditos unos a otros, todos tienen la necesidad de perpetuarse para proteger a sus castas y sus oligarquías particulares, cada uno tiene sus formas de hacerlo, manteniendo tradiciones absurdas, sosteniendo religiones interesadas, dominando las mentes y ahondando las diferencias entre sus habitantes… a estos desvaríos era a lo que me invitaba aquel paisaje, a divagar sobre el volante sin ton ni son.
Aquel era uno de mis primeros viajes por Castilla la vieja, aún andaba yo algo despistado, luego cuando ya has hecho el mismo viaje cientos de veces es como ir al bar de la esquina, te aprendes los ríos, Caudal, Huerna, Esla, Duero, te aprendes los pueblos, Benavente, Villalpaldo, Tordesillas, Rueda, Medina del Campo, te aprendes los clubs de carretera, la Herradura, el Huracán… te aprendes incluso los radares de tráfico, ahí te das cuenta de que nada es muy diferente de un lugar a otro, todo bastante parecido, la maldita rutina...
Cuando llegué a Madrid tenía el corazón a tope, saltaba de emoción, aquellas carreteras M30, 40, 45, todas infectadas de coches, unos encima de otros, sobre el asfalto, un milagro que cupiesen todos, ¡que circulasen más o menos ordenados!, sin chocarse demasiado, aunque algún roce siempre había… ingeniería pura del azar, maravillosa construcción del caos…
Llegué a Tres Piedras, mi nueva ciudad, había conseguido trabajo allí, por internet para una ETT, estaba dispuesto a que me chupasen bien la sangre, en realidad no tenía ni idea de a lo que iba. El tugurio en el que iba a vivir también lo había encontrado en la red, son las facilidades de las nuevas tecnologías, muy útiles para obtener los mismos resultados mierdosos de toda la vida.
Llamé al timbre de mi nuevo hogar, sólo obtuve silencio, volví a intentarlo, nadie respondió, así te reciben en la capi, pensé. Había quedado con uno de mis próximos compañeros para que me enseñase la habitación y darme las llaves, lo llamé por teléfono. - Sí ahora voy, justito estoy aparcando... me camelaba, yo lo notaba, la típica historia del pardillo recién llegado a la ciudad del que se aprovechan los caraduras urbanos. No me equivocaba, media hora larga estuve allí al frío madrileño de diciembre, hasta que apareció un chaval con ropa deportiva y unas raquetas al hombro, me saludó, luego supe que venía de jugar en un frontón que estaba allí al lado, cien metros, ni siquiera disimulaba, te roban un cachito de salud y de vida y se quedan tan anchos, ¡orgullosos encima...!   

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